Martín Lutero Su vida y su obra
La Reforma del siglo XVI es uno de los hechos claves en la historia moderna y el punto de partida de todas las iglesias cristianas evangélicas actuales etiquetadas popularmente como «protestantes». Dentro de la Reforma, su detonante y eje central tiene un nombre propio: Martín Lutero.
Conocer, pues, a fondo la biografía de Martín Lutero y con ella las claves teológicas y sociológicas de la Reforma es algo esencial para todo cristiano evangélico que anhele descubrir las raíces comunes de su fe y, así, contribuir a un mejor entendimiento entre las distintos grupos, iglesias y denominaciones cristianas.
La presente biografía de Lutero, considerada como la mejor que se ha escrito en lengua española hasta la fecha, se completa con ilustraciones de la época, una amplia bibliografía de obras escritas por Lutero y la transcripción de numerosos documentos de la época, entre ellos las famosas 95 Tesis.
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El libro que tienes entre manos, afortunado lector, es uno de los clásicos de ese Movimiento Evangélico español que en el siglo pasado diera origen al Protestantismo ibérico contemporáneo. Este es un libro popular, escrito por un misionero alemán, paisano y buen conocedor de Lutero y de su obra. Es un libro de fácil lectura, que condensa las realizaciones e intuiciones de Martín Lutero, uno de los hombres más influyentes en la historia del Cristianismo.
La bibliografía sobre Lutero es un verdadero océano. Los especialistas saben bien que hay todo un verdadero mar de libros, en todas las lenguas, que va subiendo constantemente y que hay que saber navegar en él para no ahogarse. Y, sin embargo, el presente libro es esencial para quienes estén interesados en la Reforma, no solamente por la escasez de libros objetivos sobre la materia en nuestra lengua, mas también por el influjo que tuvo en el Protestantismo español de finales del siglo pasado y de la primera mitad del presente. Esta biografía de Lutero presenta de manera objetiva hechos y personas que en nuestros días de ecumenismo algunos estudiosos de la Iglesia oficial empie- zan a aceptar, corrigiendo las calumnias, detracciones, mutilaciones y hasta blasfemias sobre la vida del reformador.
La Reforma es uno de los hechos clave de la historia moderna, está en el origen del progreso de los pueblos del norte de Europa; para los evangélicos es una vía de acercamiento al cristianismo primitivo y un método para renovar la Iglesia reformándola constantemente según los principios y prácticas de las comunidades apostólicas. Estos factores no han estado presentes de una manera influyente en los pueblos latinos, si exceptuamos una porción de la cultura francesa. España y los pueblos hermanos de América se cerraron herméticamente a este influjo benéfico y progresista desde el siglo XVI, y ello trajo consecuencias catastróficas que solamente en nuestros días se empiezan a corregir precisamente por la presencia cada vez más numerosa de iglesias evangélicas en todas nuestras naciones.
También en España hubo hombres influenciados por el pensamiento de Lutero. Sus libros circularon por la Península desde 1518. Su nombre nos lo encontramos ya presente en documentos oficiales castellanos contemporáneos a su comparecencia ante la Dieta de Worms (abril de 1521), y ya anteriormente nos encontramos con señalaciones de la circulación de sus tratados de controversia con Roma por ciudades españolas (1518 lo menciona una carta del impresor Froben a Lutero). Desde entonces la represión será feroz. Distintos serán los nombres que aparecen en los procesos inquisitoriales: Luterio, Eleuterio, Luterianos, Eleuterianos, para clasificar un delito que los jueces inquisitoriales castigarán siempre con la máxima pena. También aquí hubo evangélicos en el siglo XVI, pero la Inquisición fue también aquí más fuerte.
Así, mientras las iglesias evangélicas en Alemania, Inglaterra, los Países Escandinavos y en todo el norte europeo emprendían el camino de un cristianismo más conforme a sus propios orígenes, la Iglesia en España potenciaba la influencia de la Inquisición, en un concubinato con el poder público, para suprimir la libertad de conciencia de los españoles y cerrar el paso al Protestantismo.
Este libro es importante porque forma parte de algunas de las obras básicas para entender el Protestantismo español en su interpretación de la figura de Lutero y en las razones mismas de su reaparición como movimiento eclesial iniciado a principios del siglo XIX. Federico Fliedner, notable entre los pioneros de la llamada Segunda Reforma, transmite a los españoles la esencia de la Reforma iniciada por su paisano Martín Lutero.
La obra de Fliedner es un eslabón entre las primeras generaciones de protestantes españoles que testificaron valientemente la Fe Reformada pagando con su vida o con el destierro su obediencia al Evangelio, y las generaciones de nuevos evangélicos surgidas de la lectura clandestina de la Biblia, distribuida por anónimos colportores. Es un eslabón porque une a dos trozos de historia de nuestro movimiento evangélico, enseñando a los nuevos creyentes la historia de un hombre que volvió a dar a las masas cristianas la «fe que ha sido una vez dada a los santos».
La visión y entrega de Luis Usoz y Río rescató del olvido, a mediados del siglo pasado, una valiosa colección de clásicos del Siglo de Oro de lengua española escritos por seguidores de la Reforma.
«Reformistas Antiguos Españoles» es el título original de la colección y contiene títulos tan interesantes para la historia religiosa de la cultura española como: Dos diálogos (1528), por Juan y Alfonso de Valdés, sátira de las más bellas que produjese la prosa castellana del siglo XVI. Cervantes se inspira en ella, como puede verse comparando los consejos del rey a su hijo con los de Don Quijote a Sancho Panza (II parte, capítulo XLII). Alfabeto cristiano (1546), por Juan Valdés, «uno de los mejores prosistas de su tiempo»; Historia de la muerte de Juan Díaz por determinación tomada en Roma (1546), por Claudio Senarcleo, con prólogo de Martín Bucero; Comentario sobre la Primera Carta de San Pablo a los Corintios; Comentario sobre la Epístola de San Pablo a los Romanos (1856-1857), ambos escritos por Juan de Valdés; Imagen del AnteCristo y Carta a Don Felipe II, ambas, al parecer, obra de Juan Pérez (1558); Artes de la Inquisición, por R. G. Montes (1567); Carrascón (1623), por Fernando de Tejada.
Todos estos libros eran vendidos mayormente en la «Librería Nacional y Extranjera» que fundara el autor de este libro en 1873 y que reemprendería la edición de estos títulos cuando ya empezaron a faltar y sacaría a la luz pública muchos otros libros para evangelización y para enseñanza de las crecientes comunidades evangélicas españolas.
Todos estos libros son interesantes para nuestra historia porque son el producto de la experiencia de españoles que nunca dudaron de su identidad hispana y que fueron privados de sus derechos y privilegios solamente porque no se identificaban con la Iglesia oficial. El movimiento evangélico del siglo XVI no es de importación y llegó a centros importantes de la nobleza y de la Iglesia españoles. Si se identificó con el grito de Reforma lanzado por Lutero, no obstante sus raíces se hunden en los fermentos e inquietudes que animaban la sociedad española de entonces.
Estas afirmaciones que en el siglo pasado eran privilegio exclusivo de los protestantes, siempre deformados –como todas las de los demás españoles «distintos»– por la docta pluma de Marcelino Menéndez y Pelayo y su escuela, son en nuestros días compartidas por la vasta mayoría de los conocedores de la historia de nuestro quehacer espiritual, después de los profundísimos estudios del hispanista francés Marcel Bataillon.
El gran escritor francés descubre bastantes cosas de la historia de nuestro siglo XVI y pone de relieve la influencia de Lutero en Europa y de Ignacio de Loyola en España e Iberoamérica. El Erasmismo es un nombre para un fenómeno muy amplio que tuvo sus seguidores en toda Europa. En España, detrás de todo este movimiento están las ideas de la Reforma, que contará de su parte a los mejores hombres, sin excluir a Cisneros y a Cervantes, a los dos Fray Luises –el de León y el de Granada–, Arias Montano y Juan de Valdés.
Si toda nuestra mejor literatura está preñada de estas ideas de crítica sutil de la sociedad española y de anhelos de una renovación profunda de la Iglesia oficial y del hombre español por «el cristianismo primitivo», no obstante la Inquisición perseguirá todo antojo de herejía y no respetará más que lo que ignora o lo que bellamente bien escrito está y se apela a la clara letra de la Biblia y al ejemplo de los apóstoles.
No solamente los nombres se censuraban en los libros, las láminas se arrancaban (como hemos visto muchas veces en libros mutilados por los alguaciles de la Inquisición), sino que se quemaban y se castigaba también a los impresores, distribuidores y libreros que vendían los libros condenados por la Inquisición. Y recuérdese que estas prácticas no son tan antiguas o desconocidas por los hombres de Iglesia, porque todavía figuran en el Código de Derecho Canónico vigente en la Iglesia de Roma.
El libro de Fliedner –el primero, tal vez, sobre este tema publicado en España por un protestante, después de siglos de deformación de la figura del Reformador– tiene el valor de ser escrito por un alemán, buen conocedor de la lengua y mentalidad del Reformador pensando en el público español. Fliedner escribió este libro pensando en el gran público; entiendo aquí por gran público a la minoría de españoles que leían libros a finales del siglo pasado. Pero su influjo debió de ser grande especialmente en los círculos liberales e inquietos de la capital española, porque su librería servía a un notable grupo de hombres inquietos de Madrid y del resto de España, en una época cuando todos los libros pasaban por la censura y los que trataban temas religiosos habían de tener también el permiso de la Iglesia Católica Romana.
En nuestros días la figura de Lutero ha sido en cierto sentido descubierta y aceptada por un grupo de pensadores católicos romanos, como Luis Bouyer, el dominico Yves Congar, el «turco de la Iglesia de Roma» Hans Küng y muchos más. Es verdad que no toda su obra ha sido aceptada y que tampoco parecen haber captado la esencia misma del mensaje del Reformador, y que en España se han publicado solamente fragmentos de sus obras, pero el camino a formas más evangélicas de ser cristiano se deja sentir en algunos sectores de la Iglesia de Roma.
La obra de Lutero ha sido descubierta y está siendo estudiada bajo una óptica diferente por un grupo creciente de teólogos catolicorromanos. La posibilidad remota de que Lutero fuese canonizado por la Iglesia de Roma, como pedía el obispo catolicorromano de Dinamarca durante el Concilio Vaticano II, ha de ser tomada más bien como la propuesta "desesperada" de la avanzadilla de la Iglesia de Roma en un país donde la vida y la obra del Reformador han calado profundamente en la vida individual y colectiva de sus gentes.
La influencia de Lutero en pensadores de tanto mérito como los franceses Louis y Charles Bouyer y el dominico también francés Yves Congar, es muy conocida y ha estado en la base de la apertura que en bastantes lugares puede apreciarse con relación al «protestantismo» por parte del clero y de los laicos catolicorromanos. Un autor contemporáneo, Hans Küng, es tal vez quien más ha querido llevar al seno de la comunión catolicorromana las tesis de Martín Lutero. Este teólogo da muchos quebraderos de cabeza a los dirigentes conservadores del Vaticano y, a pesar de todos los esfuerzos por ponerlo fuera de su cátedra de Teología, su caso está muy en la palestra del pensamiento teológico de las distintas confesiones cristianas.
Muchos evangélicos conservadores alegarán que el pensamiento de Lutero no ha sido comprendido en sus últimas consecuencias ni aun por este grupo de teólogos abiertos a su influencia, es posible, pero el hecho palpable es que la Reforma empieza a ser estudiada con criterios más objetivos por hombres de la Iglesia que él quiso reformar con el Evangelio de la gracia y de la libertad y que terminó por excomulgarlo, y con él a media cristiandad.
En nuestra cultura española hay una nueva escuela de pensamiento en gestación; está compuesta por todos aquellos teólogos que se ocupan por el estudio de los movimientos reformistas y que analizan la reacción española ante el luteranismo. Rastreando las huellas de los libros de Calvino, Lutero, Ochino, Melanchton, Juan de Valdés, Carranza, Juan Pérez de Pineda, Cipriano de Valera, Casiodoro de Reina, Antonio del Corro, y de muchos más, es posible comprender las causas de la decadencia nacional por el fanatismo y oscurantismo de la Iglesia, que condenó a estos sus mejores hombres por haber querido poner el Evangelio por encima de las instituciones eclesiales.
La obra de Fliedner ha influido en bastantes hombres públicos de la España contemporánea, como el embajador Luis de Zulueta, Manuel Azaña, Largo Caballero, Miguel de Unamuno, Tomás de Madariaga, Sánchez Albornoz, que buscaron nuevas vías para el progreso de España. En la casa de don Miguel de Unamuno, hoy convertida en Biblioteca, he visto este libro subra- yado y anotado por la mano certera del rector de Salamanca.
El estudio de Federico Fliedner –concluso y perfecto para su tiempo– posee la belleza de toda tarea inteligente y bien acabada. Tras su penetrante análisis se descubre al hombre de fe evangélica, al misionero venido de lejanas tierras que se hace uno con las inquietudes, angustias y preguntas de los españoles. Fliedner caló muy profundo en el genio español, y perteneció a esa generación de misioneros que venían para quedarse siempre entre nosotros, no para pasar una temporada preparando un ascenso brillante después en su país de origen. Arraigó tanto que sus hijos se han convertido después en pilares de un importante sector de nuestro protestantismo.
Toda auténtica construcción histórica es, en última instancia, expresión de la vida del historiador mismo. El deseo en esta biografía de Martín Lutero es no rebasar los límites de lo auténtico. El autor sabe muy bien que la figura del Reformador ha sido distorsionada por una apologética decadente que a toda costa defiende el Papado de Roma. Y, no obstante, el análisis no va más allá del concepto que Fliedner se ha formado de Lutero y de su obra. El libro trata esencialmente los hitos principales y las ideas claves en la vida del Reformador. En este sentido es un libro de comunicación evangelística, que presenta un mensaje con una invitación a seguirlo.
No queda un solo hecho ocioso o sin triturar analíticamente, ni sin exponer sugestivamente. Fliedner escribe sabiendo que en España y en los países de cultura española la figura de Lutero no es comprendida. De esta pirámide tan sabiamente arquitecturada no cabe remover piedra alguna. Repensar en otros libros sobre el asunto mismo sería, en cambio, el mayor homenaje que pudiera hacerse ante tan espléndida construcción. Por ello Editorial CLIE no ha retocado el texto, se ha limitado a su reedición, consciente de que los estudios sobre la materia han avanzado notablemente en los últimos años; pero invita a los evangélicos de lengua castellana a meditar un libro clásico y a producir otras obras dignas de la obra de uno de los principales pensadores cristianos.
La presentación de este libro –que en realidad no necesita de presentación alguna– se nos cambia sin querer en elogio. Produce en el lector una impresión de confianza y de seguridad, de suelo firme bajo sus pies. Podremos ahondar en sus investigaciones, añadir nuevos cimientos documentales, ahondar nosotros mismos en sus afirmaciones, pero no podemos cuestionar su tesis central ni la validez de sus argumentaciones. Fliedner sabe penetrar en la intimidad de la vida de Lutero y dar un corte en sus entrañas de Reformador para enseñarnos los secretos que animaban al hombre de Dios.
El espectáculo descrito por Fliedner sobre lo que vio Lutero en Roma (págs. 49-52) por desgracia es todavía válido, porque Roma es una ciudad pagana con los vicios de la vieja Roma, además de nuevas formas de idolatría inventadas por el paganismo moderno. Una gran porción de los romanos de nuestros días se ha alejado de la Iglesia Romana precisamente por los escándalos, que hoy se encubren con nombres más sofisticados que los de antaño. Es verdad que el Colegio de Cardenales cuenta con algunos hombres más espirituales, más sabios y más abiertos a los valores evangélicos, pero éstos son una minoría. Todavía el maquiavelismo, el espíritu mundano y el afán de poder rodea muchas de las decisiones de la «corte papal». Muchos teólogos de las distintas naciones que han ido a vivir a Roma son testigos de esta afirmación, que han denunciado con tonos parecidos a los del Reformador.
Muchas veces, durante mis años en la capital del catolicismo romano, he recorrido, siguiendo los escritos de Lutero, muchos de los lugares descritos por él. En la mayor parte, pocas son las cosas que han cambiado. La iglesia de Santa María del Popolo, donde dijera su última misa en la Roma papal, está casi lo mismo, y el curioso viajero o el turista inteligente y abierto al evangelio no podrá menos que sentir repugnancia ante el espectáculo de esas pobres gentes que de rodillas suben la «Scala Santa» (unas escaleras de lujoso mármol), cerca de San Juan de Letrán, para ganar su salvación. A pesar de tanta retórica, hay ambientes de la Iglesia Romana que desconocen la obra salvífica de Cristo e ignoran que durante la Edad Media se multiplicaron las supersticiones, que desgraciadamente son un escándalo –motivo de tropiezo– para quienes quieren buscar a Cristo en la historia y en la doctrina de la Iglesia de Roma. El grito de Lutero es muy actual en nuestros días para encontrar la credibilidad perdida por muchas Iglesias oficiales.
Es posible que necesitemos profundizar en algunos aspectos del pensamiento luterano y ellos proveerían nuevas intuiciones de animación y de vida espiritual para nuestras congregaciones precisamente en estos tiempos tan preñados de algunas de las características que antecedieron a la Reforma, y también tan llenos de problemas inéditos para todas las Iglesias cristianas. La bibliografía que añadimos en el apéndice nos serviría de pista, en parte. Ella es la síntesis de las investigaciones sobre el tema del libro desde que se publicó su última edición.
Sería muy útil la divulgación de la obra de Lutero como estudioso y como traductor de la Biblia, hecho que está en el corazón mismo de su obra como reformador. En estos días cuando abundan las nuevas traducciones de las Sagradas Escrituras hechas con todos los criterios, es conveniente no perder de vista la experiencia de la Reforma, especialmente teniendo presente que el interés por la Escritura y la renovación que se deja sentir en muchos círculos viene precisamente de un impulso nacido del genio del Reformador, al poner a la Iglesia cristiana en contacto con San Pablo y con el Evangelio puro.
Los escritos devocionales de Lutero son especialmente fecundos en intuiciones y en soluciones para los problemas que la vida diaria presenta al cristiano. Hombre de profunda fe, escribe a su buen amigo Melanchton: «¡Tus cuitas no vienen de la grandeza de la causa, sino de tu incredulidad!»; y recomienda a sus colaboradores que tengan fe, porque Dios, en sus insondables designios, actúa en favor de los que le aman. Un librito escrito con el título de Consolaciones le sirvió de ayuda en algunos momentos difíciles; el pensamiento clave de esa obra es: «El Dios nuestro es una muralla, un refugio seguro...».
Estos escritos devocionales, sus comentarios a los Salmos, sus charlas de sobremesa con los amigos, nos revelan una faceta del alma del Reformador que no aparece en los textos de historia de los autores españoles. Nadie que haya leído estos escritos –ni los que lo quieren ni los que lo aborrecen– puede sustraerse al encanto de una piedad profundamente evangélica y al encuentro personal de Lutero con el Dios del Evangelio.
La participación de todos los creyentes en el culto por medio de los himnos es también una de las novedades de la Reforma. «El himno es tan importante como el sermón», dirá el Reformador; y todas las iglesias evangélicas han conocido y cantado las enseñanzas bíblicas por medio de composiciones poéticas y musicales que en muchos casos tienen a Lutero por autor. La renovación de la Iglesia cristiana tiene en el canto popular uno de sus instrumentos más eficaces.
Las implicaciones sociales del pensamiento de Martín Lutero y de la Reforma en general son también ignoradas en nuestro medio. El prodigioso avance que en todos los campos ha tenido desde hace cuatro siglos el pueblo alemán es debido a la Reforma. Lo mismo podríamos decir de los ingleses, suecos, daneses, noruegos, holandeses y americanos del Norte. El país que se abre a la Palabra de Dios tiene aun en esta vida un progreso material y espiritual. Los profundos estudios de Max Weber sobre el tema son suficientemente conocidos entre los sociólogos. Pero las iglesias de lengua castellana harían bien en beneficiarse del pensamiento social de la Reforma, para brindar a las masas la promoción humana que la Iglesia Católica Romana no ha sabido ofrecerles en los países latinos, especialmente en América del Sur.
El estudio de la dinámica de la predicación expositiva de Lutero haría que nuestros púlpitos de lengua castellana se convirtieran en el centro de animación de la comunidad cristiana, que a veces intenta renovarse por movimientos paraeclesiales que no siempre producen resultados de crecimiento en profundidad y en extensión de nuestros miembros y que alejan a muchos de nuestros mejores jóvenes de las congregaciones, haciéndoles gastar sus energías más como provocadores que como cristianos comprometidos con la comunidad a la que naturalmente pertenecen.
El pensamiento cristológico de Lutero –«el cristianismo es Cristo»– es muy importante en una cultura como la nuestra donde la Iglesia oficial ha tomado la forma de una superestructura de poder lejana del pueblo, ligada a esos símbolos que Cristo más fustigó: «el prestigio, el poder y la púrpura», y que la Reforma corrigió al recordar que la misión de la Iglesia es la predicación del Reino de Dios. Cristo es todavía el gran ignorado en las «cristiandades» de América Latina, donde supersticiones, cirios, incienso y ritos paganos animan la vida «litúrgica» de congregaciones que tienen por centro un culto supersticioso a María la madre de Jesús, convertida en diosa pagana.
Este libro nos recuerda la responsabilidad de un nombre: Cristianos Evangélicos; nombre con el cual se designaba a nuestros padres luteranos, durante siglos, cuando aún no había empezado la inflación moderna de los nombres y de los apelativos. Jesucristo es el centro de la obra de Lutero, como él mismo dice en un pasaje famoso escrito cuando ya se empezaba a llamar «luteranos» a los cristianos reformados: «Yo pido que nadie utilice mi nombre ni quiera llamarse luterano, sino cristiano. ¿Qué es Lutero?; la doctrina no es mía, y yo no he sido crucificado para nadie». Hermoso consejo para quienes a veces, en digno afán de llevar el Evangelio puro, se quedan en los nombres sonoros de los grandes hombres de la historia del Cristianismo. Sí, el Cristianismo es Cristo, y la Palabra de Dios es la doctrina de Lutero. Por eso no perecerá jamás, como bien dicen las últimas líneas de este libro que tienes la gracia de tener entre manos.
ISBN | 9788472285637 |
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Autor | Fliedner, Federico |
Encuadernación | Rústica fresada |
Publicacion | 2002 |
Idioma | es |
Páginas | 240 |
Medidas | 13 x 20 cm |