El culto cristiano: Origen, evolución y actualidad
En claro contraste con las religiones paganas, la experiencia cristiana no se basa en lo oculto, sino en lo revelado. No es una constante y progresiva búsqueda iniciática del hombre para descubrir los secretos de Dios, sino la manifestación directa de Dios al hombre. Por tal razón, el culto cristiano difiere en sus formas de todos los demás ritos religiosos: es luz reveladora, no tinieblas misteriosas.
Sin embargo, ello no ha sido impedimento para que el sentido de la adoración y las formas utilizadas por el hombre para expresar sus sentimientos en el culto a Dios se hayan ido perfeccionando y completando a través de la historia.
Analizar este proceso es el tema de este libro. Sus objetivos son varios: explicar qué es el culto, de dónde nace, cómo se expresa, cuáles son sus elementos, cómo se desarrolla y degenera a lo largo de la historia hasta llegar a nuestros días, enumerar los distintos tipos y formas de culto que hay en la actualidad y proponer pautas para mejorarlo cara al siglo XXI.
Un libro breve y sencillo, sin pretensión alguna de tratar en profundidad ni agotar las casi ilimitadas posibilidades de análisis y debate del tema; pero que presenta el completo armazón de las cuestiones a debatir, aporta los conocimientos básicos y plantea propuestas concretas.
Los pastores y líderes cristianos encontrarán en sus páginas conocimientos esenciales y propuestas innovadoras sobre un tema que siempre es motivo de preocupación y debate en la Iglesia.
Así lo avala el Dr. Raúl Záldivar, catedrático de Teología sistemática en el Seminario Teológico de Honduras, cuando dice al respecto:
«...una muy interesante síntesis teológica que colma un enorme vacío entre la comunidad cristiana de habla española».
Y el Dr. Justo L. González, conocido pastor, profesor, historiador y escritor cristiano, añade:
«En medio de la escasísima literatura sobre el tema, estoy convencido de que esta obra será una contribución valiosa para la práctica de la adoración de la Iglesia de habla española».
Así describe este libro el Dr. Justo L. González:
Probablemente uno de los puntos más débiles en la reflexión teológica contemporánea, sea la reflexión acerca de la adoración. Desafortunadamente, con demasiada frecuencia nos acercamos a la adoración como si poco o nada tuviera que ver con la doctrina y con la vida de la iglesia.
Así, por ejemplo, pasamos largas horasdebatiendo el sentido de la doctrina trinitaria, o de la presencia de Cristo en la comunión; pero no le prestamos igual atención al modo en que tales doctrinas se manifiestan en el culto. Si por ejemplo, sostenemos la doctrina de la Trinidad, ¿qué implica eso para el culto? Si sostenemos una posición cualquiera (sea la luterana, sea la reformada, o cualquier otra) acerca de la presencia de Cristo en la comunión, ¿cómo se refleja esto en el modo en que celebramos la comunión, y en el modo en que la relacionamos con el resto del culto? No se trata de preguntas ociosas. Como historiador de la doctrina cristiana, estoy consciente del viejo principio, lex orandi est lex credendi, que implica, en pocas palabras, que el modo en que la iglesia adora se transforma tarde o temprano en lo que la iglesia cree.
Cada vez más nos percatamos de que el estudio del desarrollo de las doctrinas cristianas, requiere del estudio del desarrollo del culto. En consecuencia, la historia de la liturgia, que antaño fue un campo de estudio relativamente desconectado de la historia de las doctrinas, ahora se incorpora como campo necesario de estudio para quien desee comprender el modo en que el pensamiento cristiano ha evolucionado a través de los siglos.
Es por ello que resulta tan trágico el hecho de que pastores y otros dirigentes eclesiásticos, al tiempo que se preocupan sobremanera por la ortodoxia teológica, le presten tan poca atención a la adoración, al culto y al modo en que refleja o no esa ortodoxia. Necesitamos prestarle mayor atención a la adoración, si hemos de evitar una iglesia, no sólo débil, sino hasta errada en su teología. Veamos algunos ejemplos.
Uno de las grandes peligros que acechan al cristianismo en estos días es el individualismo excesivo. Nos hacemos la idea de que la fe es cuestión individual, cuestión de mi relación con Dios. Esto se refleja en las imágenes populares del Cielo, donde se pintan angelitos individuales, adorando cada cual en su propia nube, sin que nadie les moleste o interrumpa. Pero se ve también en buena parte de nuestros cultos, donde se cantan casi exclusivamente himnos en la primera persona del singular: yo. Aun cuando es cierto que cada uno de nosotros tiene que hacer para aceptar el evangelio su decisión personal, también es cierto que esa decisión se hace en medio de una comunidad de fe, y que esa comunidad ha de alimentarla y dirigirla. Pero en muchos de nuestros cultos esto no aparece por ninguna parte. A veces, al mirar los rostros de los congregados, se recibe la impresión de que cada uno de ellos busca una experiencia directa con Dios, y que el resto de las personas en torno suyo, nada tienen que ver con esa experiencia. En vista de tal situación, ¿qué hacemos para que nuestro culto le dé expresión al carácter comunitario de la fe? Si no nos ocupamos de ello, no nos sorprendamos de que el individualismo que parece dominar nuestra sociedad contemporánea, se posesione también de la iglesia.
Otro peligro que acecha a la iglesia de hoy es una concepción hedonista de la fe. Según esta opinión, el propósito de la fe cristiana es hacernos sentir bien. Las iglesias compiten entre si a ver cual de ellas les aporta el mejor espectáculo, mayores alicientes y más «gozo» a sus miembros. En esa competencia, con frecuencia se pierde el sentido del mysterium tremendum, del Dios cuya presencia es sobrecogedora, del Dios que requiere obediencia, del Señor que nos invita a entrar por la puerta angosta, a seguir el camino difícil, a tomar la cruz. Se predica, y en el culto se celebra, un evangelio sin ley, una gracia sin obediencia, un gozo sin responsabilidad. Cuando nuestra reflexión acerca del culto no nos lleva a buscar modos de contrarrestar tales tendencias, convertimos la fe en un producto más de consumo para el mercado, al punto que hay iglesias que confunden la evangelización con el empleo de técnicas de mercadeo.
El tercer peligro que es necesario mencionar es el de la falsa espiritualidad. A través de toda su historia, la iglesia cristiana ha visto su fe amenazada por quienes se imaginan que lo espiritual es lo opuesto de lo material. En los primeros siglos, esto resultó en doctrinas docetistas acerca de la persona de Jesucristo, doctrinas que presentaban un Jesús, puro espíritu, sin verdadera carne. Más tarde la misma tendencia llevó a un ascetismo que pensaba que la obediencia cristiana más elevada consistía en castigar el cuerpo sin otro propósito que el de domarlo, el de volverse más «espiritual». En otras ocasiones, también por las mismas razones, se ha pensado que la iglesia y los cristianos deben ocuparse únicamente por la salvación de las almas, y que los males que puedan aquejar los cuerpos de las gentes, no tienen mayor importancia. En el día de hoy, esta tendencia espiritualizante lleva a un tipo de fe en la que se puede ser cristiano convencido y consagrado, sin que ello en modo alguno afecte el modo en que se manejen las propiedades, los capitales, u otros recursos que se tengan. Cuando alguien se atreve a llamar a los cristianos a la obediencia, no sólo en cuestiones supuestamente «espirituales», sino también en cuanto al uso del dinero, del poder político y social, etc., se piensa que todo esto nada tiene que ver con la fe. Si esto no se corrige en el culto, ¿dónde se hará?
Por todo ello, este libro, y la reflexión teológica acerca del culto a que nos invita, son de enorme importancia para la vida de la iglesia. La iglesia vive por su adoración. Quizás tal afirmación parezca exagerada, ya que la iglesia también vive por su misión, por su oración, etc. Empero no cabe duda de que la iglesia se nutre de su adoración, y que una iglesia que no adora, o cuya adoración no la nutre, resulta endeble y enferma. De ahí la importancia de este libro.
Aun cuando en algunos puntos históricos pueda discrepar con el autor (sobre todo en cuestiones de detalle y de interpretación que podríamos discutir por largo tiempo), estoy convencido de que esta obra será una contribución valiosa para la práctica de la adoración de la iglesia de habla castellana, y sobre todo para la iglesia evangélica de habla castellana. Particularmente valiosa es la tercera parte de libro, que explora lo que la postmodernidad pueda implicar para el culto cristiano. Puesto que la reflexión acerca de la postmodernidad está en auge, y puesto que en todo caso necesitamos reflexión acerca de la adoración, el hecho de que este libro combina esos dos elementos, lo hace mucho más valioso. Por otra parte al tratar acerca del culto tenemos que recordar que a fin de cuentas nada que hagamos o que seamos es en si mismo necesariamente aceptable ante los ojos de Dios. Ese es el principio fundamental del evangelio, que la salvación es por gracia. Dios no nos acepta porque hagamos algo, o porque pensemos algo, ni siquiera porque creamos algo. Dios nos acepta por gracia, porque en su sorprendente amor, Dios ha decidido aceptarnos.
Se escribe y se publica mucho acerca de la evangelización, de la educación, de diversas doctrinas teológicas, etc. Pero con demasiada frecuencia descuidamos la adoración, como si no fuese un elemento fundamental en la vida de la iglesia. En medio de la escasísima literatura sobre el tema, el presente libro nos ofrece una visión panorámica de la historia del culto, de sus diversos elementos, y de sus perspectivas futuras.
ISBN | 9788482672465 |
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Autor | Varela, Juan |
Encuadernación | Rústica fresada |
Publicacion | 2002 |
Idioma | es |
Páginas | 224 |
Medidas | 14 x 23 cm |