Meyer, F. B.
Frederick Brotherton Meyer nació el 8 de abril de 1847 en Londres (Inglaterra), de rica familia de origen alemán. La iglesia bautista de New Park Road fue el hogar espiritual de la familia y de Meyer mismo. Allí, habiendo confesado su fe, fue bautizado por el pastor David Jones, el 2 de junio de 1864.
Predicó su primer sermón cuando contaba 16 años de edad, sería el comienzo de un largo ministerio de 60 años. El llamamiento del profeta Jeremías fue decisivo en su vida: “Sí, yo era un niño, pero Él había tocado mis labios”, dirá narrando su vocación pastoral. “Con frecuencia Dios ha escogido a los jóvenes para puestos de servicio eminente” (Jeremías..., p. 4).
En 1866 fue a estudiar teología en el bautista Regent’s Park College, con el Dr. Angus (v.) como profesor. También estudio en la Universidad de Londres (B.A., 1869). En 1911 le Universidad MacMaster de Canadá le confirió un doctorado honoris causa.
Su larga experiencia pastoral incluye las iglesias bautistas de Liverpool, York y Londres. El Melbourne Hall de Leicester fue especialmente construido para su ministerio evangelizador y social.
Fue Presidene del Concilio de Iglesias Libres (o no estatales), cofundador de Homeless Children’s Aid and Adoption Society (Sociedad de Adopción y Ayuda de los Niños sin Hogar), tan característico de las actividades sociales del cristianismo evangélico victoriano.
En 1884 conoció a D.L. Moody (v.), que junto a Ira D. Sankey (v.) había ido en gira evangelística a Inglaterra. Fue el comienzo de una amistad de por vida. Moody le enseñó a ser él mismo, a no ser una copia de nadie y a estar por encima de las barreras parroquiales o denominacionales.
Viajero incansable, en dos ocasiones, cuando se hallaba en Constantinopla (Istambul, Turquía), tuvo la oportunidad de hablar a judíos españoles o sefarditas en sus reuniones sabáticas. Conferenciante buscado, orador frecuente de la Keswick Convention (v.), de cuya enseñanza fue un exponente convencido y un gran ejemplo personal. Bautista convencido: “Cuanto más vivo más impresionado estoy por la belleza y significado del bautismo de creyentes” (Fullerton, p. 84). Entusiasta de la obra misionera toda su vida apoyó, entre otras, la obra evangélica en España, de la Misión Evangélica Española de P. Buffard (v.). El Dr. W.Y. Fullerton dice que Meyer fue “un cristiano cosmopolita, un evangélico oportuno, el mundo fue su parroquia y Cristo su vida”.
Escritor prolífico, de estilo sublime y bello, autor de más de 70 libros. Especialmente recordados y traducidos son su serie de biografías bíblicas. Sus escritos no tienen nada que ver con el aspecto doctrinal del cristianismo, ni incluso cuando se dirige a estudiantes, sino con su aspecto del vivir cotidiano y práctico, experimental.
Al igual que otros en su época enfatizó la vida cristiana victoriosa, llena del Espíritu Santo, como una experiencia que sigue a la conversión, llamada unción o bautismo de poder. Aunque siempre evitó “cuidadosamente hacer del Espíritu Santo un mascarón de proa o estandarte reprensible de un movimiento religioso, por más que se haga de modo sincero y bienintencionado” (Cinco requisitos..., p. 63). No se opuso al hablar en lenguas tanto como a su falta de interpretación y excusa para el desorden y la subjetividad más caprichosa.
Predicó su primer sermón cuando contaba 16 años de edad, sería el comienzo de un largo ministerio de 60 años. El llamamiento del profeta Jeremías fue decisivo en su vida: “Sí, yo era un niño, pero Él había tocado mis labios”, dirá narrando su vocación pastoral. “Con frecuencia Dios ha escogido a los jóvenes para puestos de servicio eminente” (Jeremías..., p. 4).
En 1866 fue a estudiar teología en el bautista Regent’s Park College, con el Dr. Angus (v.) como profesor. También estudio en la Universidad de Londres (B.A., 1869). En 1911 le Universidad MacMaster de Canadá le confirió un doctorado honoris causa.
Su larga experiencia pastoral incluye las iglesias bautistas de Liverpool, York y Londres. El Melbourne Hall de Leicester fue especialmente construido para su ministerio evangelizador y social.
Fue Presidene del Concilio de Iglesias Libres (o no estatales), cofundador de Homeless Children’s Aid and Adoption Society (Sociedad de Adopción y Ayuda de los Niños sin Hogar), tan característico de las actividades sociales del cristianismo evangélico victoriano.
En 1884 conoció a D.L. Moody (v.), que junto a Ira D. Sankey (v.) había ido en gira evangelística a Inglaterra. Fue el comienzo de una amistad de por vida. Moody le enseñó a ser él mismo, a no ser una copia de nadie y a estar por encima de las barreras parroquiales o denominacionales.
Viajero incansable, en dos ocasiones, cuando se hallaba en Constantinopla (Istambul, Turquía), tuvo la oportunidad de hablar a judíos españoles o sefarditas en sus reuniones sabáticas. Conferenciante buscado, orador frecuente de la Keswick Convention (v.), de cuya enseñanza fue un exponente convencido y un gran ejemplo personal. Bautista convencido: “Cuanto más vivo más impresionado estoy por la belleza y significado del bautismo de creyentes” (Fullerton, p. 84). Entusiasta de la obra misionera toda su vida apoyó, entre otras, la obra evangélica en España, de la Misión Evangélica Española de P. Buffard (v.). El Dr. W.Y. Fullerton dice que Meyer fue “un cristiano cosmopolita, un evangélico oportuno, el mundo fue su parroquia y Cristo su vida”.
Escritor prolífico, de estilo sublime y bello, autor de más de 70 libros. Especialmente recordados y traducidos son su serie de biografías bíblicas. Sus escritos no tienen nada que ver con el aspecto doctrinal del cristianismo, ni incluso cuando se dirige a estudiantes, sino con su aspecto del vivir cotidiano y práctico, experimental.
Al igual que otros en su época enfatizó la vida cristiana victoriosa, llena del Espíritu Santo, como una experiencia que sigue a la conversión, llamada unción o bautismo de poder. Aunque siempre evitó “cuidadosamente hacer del Espíritu Santo un mascarón de proa o estandarte reprensible de un movimiento religioso, por más que se haga de modo sincero y bienintencionado” (Cinco requisitos..., p. 63). No se opuso al hablar en lenguas tanto como a su falta de interpretación y excusa para el desorden y la subjetividad más caprichosa.