Cirilo De Jerusalén
Obispo de Jerusalén durante 30 años, 16 de los cuales pasó en cinco destierros diferentes. Cirilo nació cerca de la ciudad de Jerusalén alrededor del año 315 y murió en la misma en el 386. Tachado de hereje por los partidarios más rigoristas del Concilio de Nicea, perseguido por los arrianos por motivos personales y de partido, contó sin embargo con la amistad de influyentes obispos de Hilario y Atanasio, defensores del dogma trinitario y de la divinidad de Jesucristo, respectivamente. El Concilio general de Constantinopla le llama “valiente luchador para defender a la Iglesia de los herejes que niegan las verdades de nuestra religión” (año 381). Jerónimo le profesó una especial antipatía, tachándole de semiarriano, lo que durante siglos retrasó el reconocimiento de Cirilo como maestro de la Iglesia. Sus sermones catequéticos son hoy de un gran valor para conocer la doctrinas y práctica de la Iglesia de los siglos siglos.
Educado en una familia cristiana demuestra ser un buen conocer de las Sagradas Escrituras, que cita con frecuencia como el fundamento primero y último de la creencia, la máxima y única autoridad en materia de fe. Su fidelidad a las Escrituras le lleva a no aceptar de primera términos que no aparecen directamente en el lenguaje de la misma. Cirilo se refiere siempre a Jesucristo como el Hijo Unigénito de Dios, pero nunca emplea el término en polémica homoousios (de la misma naturaleza) acuñado en Nicea, al que un partido poderoso oponía el término parecido pero distinto homoiousios (de naturaleza semejante). Precisamente el añadido de una letra, la i, era suficiente para eliminar la idea de la consubstanciales de Cristo con el Padre, de ahí que el término homo-ousios llegara a ser la palabra clave de la ortodoxia. En el Concilio de Constantinopla Cirilo hizo causa común con los patriarcas de Alejandría y Antioquía, en favor de la fe ortodoxa.
Sus catequesis son vitales para conocer la instrucción cristiana a los candidatos al bautismo y los ritos de la Iglesia en los primeros siglos, de algún modo son el primer intento de teología sistemática que se conoce, fundamentado exclusivamente en la Escritura. Cirilo tiene mucho cuidado en hacer ver que sus afirmaciones no son suyas ni dependen de su propia cosecha teológica, sino que están fundadas en el testimonio de las Escrituras. Su modo de enseñar interesa particularmente porque muestra el modo de utilizar el Antiguo Testamento contra los judíos y los samaritanos, recurriendo a la tipología e interpretación espiritual, que, en algunos casos, no responde a nuestra sensibilidad moderna. Pero allí está la autoridad de la Escritura, fundamento de la fe, que tiene a Cristo como centro y clave de la misma. No hay ninguna afirmación doctrinal de Cirilo que no confirme con una referencia bíblica, para inculcar en sus oyentes la sana enseñanza de que el contenido de la fe no depende de la autoridad humana sino divina. Cirilo quiere ante todo exponer con claridad la fe que se basa en las Escrituras solamente, “ya que nada conviene enseñar de los divinos y santos misterios de la fe sin fundamentarse en las divinas Escrituras —escribe—, no dejándose llevar incautamente por argumentos y probabilidades fundadas en el artificio de las palabras. No creas nada, salvo que entiendas la demostración de todo lo que te anuncio por medio de las Sagradas Escrituras. La salvación que nos viene de la fe, tiene su fuerza no en las invenciones, sino en la demostración de las divinas Escrituras” (Catequesis IV, 17). Su recurso a los textos bíblicos es constante y metódico, porque, escribe, “el símbolo de la fe no ha sido compuesto por el capricho de los hombres, sino que los principales puntos, sacados de las Sagradas Escrituras, perfeccionan y completan esta única doctrina de la fe” (Catequesis V, 12) “A la hora de aprender, dice en el mismo lugar, y confesar la fe, guarda solamente aquella que ahora te entrega la Iglesia, defendida por todas las Sagradas Escrituras”. Cirilo, pues, es ante todo un oyente fiel de la Palabra de Dios, que no quiere mancillar con disquisiciones de humana sabiduría.
Educado en una familia cristiana demuestra ser un buen conocer de las Sagradas Escrituras, que cita con frecuencia como el fundamento primero y último de la creencia, la máxima y única autoridad en materia de fe. Su fidelidad a las Escrituras le lleva a no aceptar de primera términos que no aparecen directamente en el lenguaje de la misma. Cirilo se refiere siempre a Jesucristo como el Hijo Unigénito de Dios, pero nunca emplea el término en polémica homoousios (de la misma naturaleza) acuñado en Nicea, al que un partido poderoso oponía el término parecido pero distinto homoiousios (de naturaleza semejante). Precisamente el añadido de una letra, la i, era suficiente para eliminar la idea de la consubstanciales de Cristo con el Padre, de ahí que el término homo-ousios llegara a ser la palabra clave de la ortodoxia. En el Concilio de Constantinopla Cirilo hizo causa común con los patriarcas de Alejandría y Antioquía, en favor de la fe ortodoxa.
Sus catequesis son vitales para conocer la instrucción cristiana a los candidatos al bautismo y los ritos de la Iglesia en los primeros siglos, de algún modo son el primer intento de teología sistemática que se conoce, fundamentado exclusivamente en la Escritura. Cirilo tiene mucho cuidado en hacer ver que sus afirmaciones no son suyas ni dependen de su propia cosecha teológica, sino que están fundadas en el testimonio de las Escrituras. Su modo de enseñar interesa particularmente porque muestra el modo de utilizar el Antiguo Testamento contra los judíos y los samaritanos, recurriendo a la tipología e interpretación espiritual, que, en algunos casos, no responde a nuestra sensibilidad moderna. Pero allí está la autoridad de la Escritura, fundamento de la fe, que tiene a Cristo como centro y clave de la misma. No hay ninguna afirmación doctrinal de Cirilo que no confirme con una referencia bíblica, para inculcar en sus oyentes la sana enseñanza de que el contenido de la fe no depende de la autoridad humana sino divina. Cirilo quiere ante todo exponer con claridad la fe que se basa en las Escrituras solamente, “ya que nada conviene enseñar de los divinos y santos misterios de la fe sin fundamentarse en las divinas Escrituras —escribe—, no dejándose llevar incautamente por argumentos y probabilidades fundadas en el artificio de las palabras. No creas nada, salvo que entiendas la demostración de todo lo que te anuncio por medio de las Sagradas Escrituras. La salvación que nos viene de la fe, tiene su fuerza no en las invenciones, sino en la demostración de las divinas Escrituras” (Catequesis IV, 17). Su recurso a los textos bíblicos es constante y metódico, porque, escribe, “el símbolo de la fe no ha sido compuesto por el capricho de los hombres, sino que los principales puntos, sacados de las Sagradas Escrituras, perfeccionan y completan esta única doctrina de la fe” (Catequesis V, 12) “A la hora de aprender, dice en el mismo lugar, y confesar la fe, guarda solamente aquella que ahora te entrega la Iglesia, defendida por todas las Sagradas Escrituras”. Cirilo, pues, es ante todo un oyente fiel de la Palabra de Dios, que no quiere mancillar con disquisiciones de humana sabiduría.