Cámara, Helder
Teólogo católico, nacido 7 de febrero de 1909 en Fortaleza (Brasil), uno de los doce hijos del periodista y crítico teatral Joao Camara y de la maestra Adelaide Pessoa. Desde joven sintió la vocación sacerdotal, entrando en el seminario a los catorce años de edad. Fue ordenado en 1931. Ya en ese año organizó la Juventud Obrera Cristiana, ligada a una organización que acabó siendo un partido político.
En seguida la jerarquía de la Iglesia conservadora de entonces le pidió que abandonara toda actividad de signo político y fue enviado a Río de Janeiro a organizar la enseñanza religiosa en las escuelas. Nombrado arzobispo auxiliar de Río organizó un nuevo movimiento para “urbanizar, humanizar y cristianizar las favelas”. Fue también el impulsor, primer secretario y presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, de la que nacería más tarde la influyente Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM).
En 1964, año del golpe militar, asumió el obispado de Olinda y Reçife, una de las regiones más pobres del país. Allí se convirtió en un personaje internacional por sus actividades a favor de los presos políticos, por sus denuncias contra la tortura, que los militares negaban, por su defensa a ultranza de las clases más pobres y la no-violencia, inspirada en Martin Luther King y Mahatma Gandhi. Los llamados “escuadrones de la muerte” atentaron en más de una ocasión contra él. Tomó parte en el Concilio Vaticano II y fue el primero en hablar de los problemas que sufría Latinoamérica. Propuesto varias veces al Premio Nobel de la Paz por los alemanes, lo boicotearon los militares por miedo a que adquiriera mayor prestigio internacional.
Al cumplir los 76 años, Roma le pidió que dejara la diócesis. Desde entonces se fue a vivir a una sencilla vivienda en la misma ciudad de Reçife, donde residió hasta los últimos días de su vida. Con más tiempo libre recorrió las principales universidades del mundo llevando su mensaje de paz y de justicia social. “La liberación eterna —decía— comienza aquí. Es aquí y ahora donde construimos nuestra eternidad”. Escribió más de cuarenta libros. Murió el 28 de agosto de 1999, a los noventa años de edad.
En seguida la jerarquía de la Iglesia conservadora de entonces le pidió que abandonara toda actividad de signo político y fue enviado a Río de Janeiro a organizar la enseñanza religiosa en las escuelas. Nombrado arzobispo auxiliar de Río organizó un nuevo movimiento para “urbanizar, humanizar y cristianizar las favelas”. Fue también el impulsor, primer secretario y presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, de la que nacería más tarde la influyente Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM).
En 1964, año del golpe militar, asumió el obispado de Olinda y Reçife, una de las regiones más pobres del país. Allí se convirtió en un personaje internacional por sus actividades a favor de los presos políticos, por sus denuncias contra la tortura, que los militares negaban, por su defensa a ultranza de las clases más pobres y la no-violencia, inspirada en Martin Luther King y Mahatma Gandhi. Los llamados “escuadrones de la muerte” atentaron en más de una ocasión contra él. Tomó parte en el Concilio Vaticano II y fue el primero en hablar de los problemas que sufría Latinoamérica. Propuesto varias veces al Premio Nobel de la Paz por los alemanes, lo boicotearon los militares por miedo a que adquiriera mayor prestigio internacional.
Al cumplir los 76 años, Roma le pidió que dejara la diócesis. Desde entonces se fue a vivir a una sencilla vivienda en la misma ciudad de Reçife, donde residió hasta los últimos días de su vida. Con más tiempo libre recorrió las principales universidades del mundo llevando su mensaje de paz y de justicia social. “La liberación eterna —decía— comienza aquí. Es aquí y ahora donde construimos nuestra eternidad”. Escribió más de cuarenta libros. Murió el 28 de agosto de 1999, a los noventa años de edad.