Baez-Camargo, Gonzalo
Natural de Oaxaca (México). Tanto sus padres como sus abuelos paternos, formaron parte de un reducido grupo de estudiantes de la Biblia que, en la última mitad del pasado siglo, se reunía para estudiar las Escrituras. De ellos recibió su amor a la Biblia y al Dios de la misma.
Quedó huérfano de padre y madre a la tierna edad de 4 y 11 años respectivamente. Entonces pasó a formar parte de la familia del doctor Victoriano D. Báez, pastor metodista, revisor de traducciones bíblicas, traductor él mismo y escritor de renombre. El ejemplo de su padre adoptivo caló hondo en su alma y creció hasta convertirlo en el más esclarecido conocedor e las ciencias bíblicas que hasta hoy ha producido Latinoamérica.
Su encuentro personal con Cristo, o conversión, no fue dramático como el Pablo, sino gradual como el de Timoteo, cuando leyendo los Evangelios, como era su costumbre, descubrió que Cristo había muerto personalmente por él. “Desde la Escuela Dominical —dijo— y mis estudios en el seminario teológico, conocía de sobra el drama del Calvario, pero es diferente cuando uno sabe lo que Jesús hizo... saber que Él murió por mí. Directamente por mí. Sublime acto divino de increíble simplicidad.”
En 1915 dejó la escuela para ir al campo de batalla, bajo las órdenes del general Venustiano Carranza, en defensa de los principios liberales que tanto amó. Terminada la contienda y asegurado el triunfo de la Revolución volvió a los planteles de educación donde obtuvo el título de maestro normalista. Acto seguido ingresó en el Seminario Evangélico Unido y al terminar sus estudios aceptó el cargo pastoral de una congregación rural en el estado de Querétaro. Allí fue víctima de una enfermedad al parecer incurable. Entonces abrió su Biblia y leyó: “No moriré; sino que viviré y cantaré las obras del Señor” (Sal. 118:17).
Así fue en realidad. Primero anunció el Evangelio desde el púlpito de las iglesias y en las aulas escolares. Más tarde comenzó a proclamar su fe por medio de la página impresa. Desde ese día y hasta el día de su muerte escribió sin descanso. Durante 53 años el diario Escélsior de México publicó tres de sus artículos cada semana bajo el seudónimo de Pedro Gringoire.
De la prensa escrita pasó a la redacción de libros y se extendió hasta la radio y la televisión, donde su palabra era solicitada, escuchada y aplaudida. Además, domingo tras domingo, dictaba una clase a un grupo de intelectuales que deseaban ahondar más en el conocimiento de la Biblia.
En 1960 pasó a formar parte del Departamento de Traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas. Conocía a la perfección las lenguas originales de la Biblia, además del francés, el inglés, el portugués y otras lenguas modernas. Como traductor colaboró en la revisión de 1960 de la Reina-Valera en la versión Dios habla hoy.
En 1981 ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua. Recibió, además, muchos honores académicos a lo largo de su vida. Fue presidente de la Sociedad de Historia del Metodistmo de México. Escribió cerca de 20 libros y tradujo más de 30. Murio el 31 de agosto a punto de cumplir 84 años de edad. Su esposa Urania le había precedido en 15 años.
“Cabe afirmar que Gonzalo Báez-Camargo, a base de estudio y trabajo se formó una personalidad rica en valores espirituales, morales e intelectuales; a base de amor, ejemplo y acción edificó una familia distinguida y a fuerza del mucho leer, meditar y escribir, brotó de él una obra literaria de rico contenido” (Luis D. Salem).
En el terreno de la obra social buscó en todo momento defender los derechos humanos y la libertad. El gobierno de la República Española en el exilio le otorgó una condecoración por su defensa de los republicanos españoles, así como de los vascos y catalanes.
Quedó huérfano de padre y madre a la tierna edad de 4 y 11 años respectivamente. Entonces pasó a formar parte de la familia del doctor Victoriano D. Báez, pastor metodista, revisor de traducciones bíblicas, traductor él mismo y escritor de renombre. El ejemplo de su padre adoptivo caló hondo en su alma y creció hasta convertirlo en el más esclarecido conocedor e las ciencias bíblicas que hasta hoy ha producido Latinoamérica.
Su encuentro personal con Cristo, o conversión, no fue dramático como el Pablo, sino gradual como el de Timoteo, cuando leyendo los Evangelios, como era su costumbre, descubrió que Cristo había muerto personalmente por él. “Desde la Escuela Dominical —dijo— y mis estudios en el seminario teológico, conocía de sobra el drama del Calvario, pero es diferente cuando uno sabe lo que Jesús hizo... saber que Él murió por mí. Directamente por mí. Sublime acto divino de increíble simplicidad.”
En 1915 dejó la escuela para ir al campo de batalla, bajo las órdenes del general Venustiano Carranza, en defensa de los principios liberales que tanto amó. Terminada la contienda y asegurado el triunfo de la Revolución volvió a los planteles de educación donde obtuvo el título de maestro normalista. Acto seguido ingresó en el Seminario Evangélico Unido y al terminar sus estudios aceptó el cargo pastoral de una congregación rural en el estado de Querétaro. Allí fue víctima de una enfermedad al parecer incurable. Entonces abrió su Biblia y leyó: “No moriré; sino que viviré y cantaré las obras del Señor” (Sal. 118:17).
Así fue en realidad. Primero anunció el Evangelio desde el púlpito de las iglesias y en las aulas escolares. Más tarde comenzó a proclamar su fe por medio de la página impresa. Desde ese día y hasta el día de su muerte escribió sin descanso. Durante 53 años el diario Escélsior de México publicó tres de sus artículos cada semana bajo el seudónimo de Pedro Gringoire.
De la prensa escrita pasó a la redacción de libros y se extendió hasta la radio y la televisión, donde su palabra era solicitada, escuchada y aplaudida. Además, domingo tras domingo, dictaba una clase a un grupo de intelectuales que deseaban ahondar más en el conocimiento de la Biblia.
En 1960 pasó a formar parte del Departamento de Traducciones de las Sociedades Bíblicas Unidas. Conocía a la perfección las lenguas originales de la Biblia, además del francés, el inglés, el portugués y otras lenguas modernas. Como traductor colaboró en la revisión de 1960 de la Reina-Valera en la versión Dios habla hoy.
En 1981 ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua. Recibió, además, muchos honores académicos a lo largo de su vida. Fue presidente de la Sociedad de Historia del Metodistmo de México. Escribió cerca de 20 libros y tradujo más de 30. Murio el 31 de agosto a punto de cumplir 84 años de edad. Su esposa Urania le había precedido en 15 años.
“Cabe afirmar que Gonzalo Báez-Camargo, a base de estudio y trabajo se formó una personalidad rica en valores espirituales, morales e intelectuales; a base de amor, ejemplo y acción edificó una familia distinguida y a fuerza del mucho leer, meditar y escribir, brotó de él una obra literaria de rico contenido” (Luis D. Salem).
En el terreno de la obra social buscó en todo momento defender los derechos humanos y la libertad. El gobierno de la República Española en el exilio le otorgó una condecoración por su defensa de los republicanos españoles, así como de los vascos y catalanes.